Sí, también hay diputados gays
Ética y Activismo. Libro Herrero Brasas (finales año 2006)
Tengo 46 años y tenía poco más de 14 cuando me di cuenta de que mi orientación sexual no era la dominante. Me sentía raro y solo, sin referencias positivas, sin nadie a quien recurrir. Han pasado 30 años y me parece estar viviendo en otro planeta. No quiero decir que todos los problemas se hayan esfumado. Todavía se producen actos de violencia homófoba y son todavía muchas las personas que no pueden expresar libremente su orientación sexual por temor a la reacción familiar, laboral o social. Aun el día antes de escribir estas líneas una chica joven de Vic me explicaba cómo ha tenido que irse de su ciudad y prácticamente romper con su familia por el mero hecho de ser lesbiana.
Hasta mis 16-17 años no le pude poner nombre a lo que me pasaba. Al fin lo supe, era homosexual. Conocí a otros, y resultó que no todos eran afeminados ni gentes de la farándula. Tampoco psicópatas asesinos. Digo esto puesto que la televisión y el cine no me habían ofrecido otras posibilidades. Y tuve la suerte de conocer a personas activas en el movimiento gay. Conocí a Joan Francesc Marco, y al desaparecido Germà Pedra, fundador junto a Armand de Fluvià y otros del Front d’Alliberament Gai de Catalunya y del MELH (Movimiento español de liberación homosexual). Así fue cambiando mi visión del mundo, oscura hasta entonces por lo que se refería a mi orientación sexual. Encontré referencias culturales e ideológicas que me enriquecieron en lo personal y que contribuyeron a afianzar mi compromiso político. Había sufrido una injusticia contra la que debía rebelarme y, además, debía tomar partido por aquellos que sufrían otras injusticias en forma de discriminación, desigualdad o exclusión.
Personalmente, me sentía libre. Y capaz de afirmar mi personalidad en mi entorno social y profesional. Tardé aún muchísimo en decírselo a mi familia. Mi padre había muerto ya. Y yo tenía aún el temor de hacer sufrir innecesariamente a mi madre. Siempre he dicho que no podremos afirmar con rotundidad que se ha superado la discriminación a causa de la orientación sexual hasta que padres y madres no sufran cuando un hijo o una hija les hablen de su homosexualidad. Esos padres y madres no deberían sentirse culpables, no deberían albergar sentimientos de rechazo, ni tampoco de temor por la suerte de sus hijos por el mero hecho de formar parte de una minoría.
Aun falta mucho para que llegue ese día. Aunque muchas cosas hayan cambiado en los últimos 30 años, aunque hayamos conquistado en España la plena igualdad jurídica a todos los efectos.
Y es bueno que recordemos cómo estábamos hace décadas, cuando la dictadura nos consideraba enfermos o delincuentes, cuando la democracia empezó a abrir espacios de libertad y participación, cuando se empezó a abrir camino la reivindicación de nuestros derechos.
Aun recuerdo cuando por vez primera en el Código Penal se introdujo como agravante en la comisión de delitos la discriminación por motivo de orientación sexual, o cuando la Ley de Arrendamientos Urbanos recogió la convivencia en pareja de personas del mismo sexo. Más tarde llegó el reconocimiento de las parejas de hecho en diversas Comunidades Autónomas, hasta llegar a la posibilidad de adopción conjunta por parte de parejas homosexuales y al derecho al matrimonio. Recuerdo una conocida resolución del Parlamento Europeo, adoptada en 1994, en la que se recomendaba a los Estados miembros la necesidad de modificar sus legislaciones para garantizar la plena igualdad. Los españoles podemos hoy, con legítimo orgullo, afirmar que hemos cumplido y que nos encontramos en cabeza de todos los países del mundo por lo que se refiere a la plena equiparación de derechos de las personas homosexuales y de las parejas formadas por personas del mismo sexo.
Ese avance ha tenido como motor al movimiento de liberación homosexual. Hubiésemos tardado mucho más en llegar aquí sin gente como Germà y Armand, sin activistas como Jordi Petit o Pedro Zerolo. He tenido el privilegio de conocerles y de aprender de ellos. Como de tantos otros que sin notoriedad mediática han dedicado años de sus vidas al activismo. Es de justicia recordar también a quienes desde el primer momento supieron plantar cara al SIDA, lucharon por evitar la estigmatización de los seropositivos, por un adecuado tratamiento médico, por lograr una mayor dedicación al tema de investigadores y poderes públicos.
Estos años han conocido el aumento espectacular de la visibilidad del movimiento, la capacidad de crear tendencias por parte de lo que podríamos llamar “mundo gay”, el auge de negocios dirigidos a gays y lesbianas y el surgimiento de revistas de gran impacto como ZERO. Es verdad que a veces desde el movimiento se añoran tiempos de mayor activismo y compromiso personales, pero no es menos cierto que las reivindicaciones de la comunidad GLTB han adquirido mayor relieve y audiencia, desbordando los límites estrictos del movimiento gay.
En este proceso he tenido la oportunidad de hacer una pequeña aportación personal, mi particular salida del armario. Lo cierto es que jamás me había planteado hacerlo. Mi orientación sexual era conocida por todo el mundo, pero jamás la había exhibido públicamente. En octubre de 1999, siendo Diputado al Congreso por Barcelona y candidato a las elecciones al Parlament de Catalunya, se planteó la cuestión. En los últimos lugares de la lista socialista, mostrando su apoyo a la candidatura de Pasqual Maragall, figuraba Jordi Petit, dirigente histórico del movimiento gay. Una organización del movimiento llamada “VOTA ROSA” reclamaba a los partidos políticos diversas reivindicaciones entre las que se encontraba una petición de visibilidad pública de cargos electos gays y lesbianas.
Jordi Petit me lo planteó abiertamente: “Miquel, has de dar el paso”. Lo cierto es que no podía negarme, máxime cuando mi pareja de entonces me animaba a hacerlo. Y así lo hice. Elegí el día, sería el 12 de octubre, antaño llamado el Día de la Raza. Elegí el pretexto, la presentación del programa de la Joventut Socialista de Catalunya en materia de libertad sexual. Y elegí el lugar, sería en un conocido bar gay de Barcelona, “Punto BCN”. Y allí, junto a Jordi y Juan Manuel Jaime, Primer Secretario de la JSC, dije, intentando parecer natural, que era gay. Y un pequeño acto adquirió de repente gran trascendencia.
Al llegar a casa después de cenar eran ya varias las llamadas a atender. En una de ellas me avisaban que mi declaración iba a salir en la primera página de “EL MUNDO” que además me dedicaba un amable editorial titulado “Iceta, homosexual y valiente”. Diversas emisoras de radio pedían declaraciones. Y, a primera hora de la mañana, aún aturdido, atendía a Iñaki Gabilondo en “España a las ocho”. Raudo y veloz avisé a mi madre, conseguí ser el primero en advertirle de que su hijo iba a adquirir notoriedad no por una declaración política sino por hacer pública su homosexualidad.
Llevaba más de 20 años en política. Había sido concejal, miembro de la Comisión Ejecutiva de mi partido, Director General en Moncloa y Diputado al Congreso, pero me iba a hacer famoso por ser homosexual. No dejaba de tener su guasa. Me hinché a explicar que más que salir del armario, bajaba de la vitrina, pues afortunadamente para mí jamás hube de esconderme. También afirmé que juzgaba exagerado que se me considerase “valiente” ya que, al fin y al cabo, era poco probable que mi declaración comportase penalización alguna. “Más valientes son los que afrontan este tema en un entorno hostil, ya sea su familia, su trabajo, o sus amistades. O quienes los hacen en un pueblo pequeño en el que no existe el anonimato de la gran ciudad”.
Aunque algunas voces señalaban el posible “electoralismo” de mi gesto, en general la reacción fue muy positiva. Hasta el entonces Presidente del Congreso y dirigente del PP, Federico Trillo, tuvo palabras de aliento.
Lo cierto es que un pequeño gesto tuvo una gran repercusión. Que aún hoy hay gente que me lo agradece. Recordaré siempre a una mujer de un pueblecito de Lleida que insistió en conocerme para decirme lo que agradeció mis palabras. Me explicó que tenía una hija lesbiana que se había ido a vivir a Gran Bretaña para ser libre y feliz. Tengo la impresión que por más cosas que haga en política, nunca habrá ninguna que tenga el mismo impacto, no sólo en el sentido repercusión mediática sino en el sentido de tocar la fibra sensible de tanta gente.
Por eso también decidí subir a la tribuna del Parlament de Catalunya para defender personalmente una proposición que instaba al Congreso de los Diputados a regular el matrimonio entre personas del mismo sexo. Creí que era mi obligación. Y, qué caramba, disfruté con ello.
Lo dije desde la tribuna: “La aprobación de esta propuesta sería para mí una de las satisfacciones más grandes que la política podría ofrecerme. Y les diré por qué. Porque puede suponer la reparación histórica de la injusticia cometida históricamente contra las personas homosexuales”.
“El resultado de la votación será la señal que el Parlament de Catalunya emita a las personas homosexuales de nuestro país. El Parlament puede decirles: creemos que sois titulares del mismo derecho que las demás personas. Nos merecéis igual respeto y consideración. Vuestro amor y vuestra convivencia merecen igualdad de trato. O no”.
“Esta propuesta es un paso más de la larga lucha de las personas homosexuales por ver reconocidos sus derechos, su igual dignidad. Y es un orgullo para mí poder defender estos derechos, esta igual dignidad, desde esta tribuna”.
“La homosexualidad ha tenido el dudoso honor de ser tildada al mismo tiempo de aberración, enfermedad y delito. Las personas homosexuales han sido perseguidas y rechazadas por argumentos religiosos, pseudocientíficos y jurídico-políticos. Muchos fueron quemados en las hogueras de la edad media, otros fueron decapitados, muchos murieron en los campos de concentración nazis o estalinistas. Muchos más aún se han visto obligados a esconder una dimensión importante de su personalidad por miedo al rechazo, la condena o el ostracismo. Muchos se han visto condenados a una existencia triste. Ellos y sus familias”.
“Muchos colectivos que han sufrido discriminación han visto corregida la injusticia a través de una reparación histórica. Los homosexuales, que hemos sido ferozmente discriminados a lo largo de la historia, aún esperamos este momento. Y, créanme, hoy podría ser un muy buen día para hacer esta reparación”.
Lamentablemente hubo que esperar un poco más. Ese día CiU y PP decidieron que no había llegado el momento. Afortunadamente la victoria socialista en las elecciones generales del 2004 acabó con la última desigualdad legal.
Nunca agradeceré lo suficiente al movimiento de los gays y de las lesbianas, la oportunidad que me ofrecieron de participar en esta larga y dura lucha por nuestros derechos.
Soy consciente de que queda mucho por hacer. En la calle y en escuela. Queda mucho por hacer aquí, y todavía más en muchos lugares del mundo. Quedan todavía muchos prejuicios religiosos por erradicar. Todavía hay obispos que condenan el preservativo, aunque saben que eso puede condenar a la muerte a muchas personas. Todavía se asesina “legalmente” a homosexuales en países regidos por el islamismo radical.
Pero podemos sentirnos orgullosos de lo conseguido en nuestro país y yo me siento personalmente feliz de haber contribuido a ello, aunque sea en tan pequeña medida, con mi pequeño granito de arena.